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ÓPERA DE GARNIER

   Si los palacios legislativos y judiciales representaban la razón de Estado, la Ópera Garnier encarnó la teatralización del poder burgués. Concebida en plena era haussmanniana, la ópera se erige como emblema del Segundo Imperio: un edificio que convierte el arte en espectáculo social. Su exuberante eclecticismo retoma el lenguaje clásico, pero lo amplifica hasta la saturación; la columnata, las cúpulas y las esculturas doradas constituyen un repertorio ornamental que responde a lo que Veblen (1899) llamaría consumo ostensible: la necesidad de exhibir la riqueza mediante formas visibles de gasto cultural. La monumentalidad aquí no busca la serenidad del orden, sino la exaltación del lujo.

 

   Urbanísticamente, la Ópera se ubica en el corazón del sistema radial haussmanniano. Las grandes avenidas que confluyen en su fachada (la Avenue de l’Opéra, la Rue Auber, la Rue de la Paix) la convierten en el punto de fuga de un conjunto de perspectivas diseñadas para el espectáculo visual. Benevolo observa que “los ejes haussmannianos producen una ciudad de visibilidad continua, donde el poder se manifiesta en la transparencia y el control del espacio”. La Ópera es, en este sentido, una pieza clave del dispositivo urbano. Su fachada monumental es simultáneamente escenario y telón, objeto de contemplación y punto de vista privilegiado desde el cual la ciudad se deja ver.

   

Desde el punto de vista del estilo clásico, Garnier reelabora los principios de simetría y axialidad, pero los traduce en un lenguaje teatral. La monumentalidad se convierte en artificio, en una forma de exceso controlado que responde a la mentalidad de una clase que, como señala Veblen (1899), “sustituye la función por la forma visible del gasto”. Así, la Ópera no solo concentra la vida cultural, sino que actúa como escaparate del orden social: los palcos, las escaleras y los foyers están concebidos para el desfile de una burguesía que se contempla a sí misma como nueva aristocracia.

 

Aquí, la arquitectura trasciende su programa artístico para transformarse en símbolo de status. La Ópera Garnier no es un edificio político en sentido estricto, pero participa de la misma lógica de poder que los palacios estatales: visibilidad, centralidad y monumentalidad. En términos veblenianos, el consumo ostensible se traslada del lujo privado a la esfera pública del espectáculo. Y desde la lectura de Frampton, el edificio muestra cómo el clasicismo, ya vaciado de su función moral original, se reconfigura como lenguaje de representación burguesa.

Charles Garnier. Sección transversal de la Ópera de París, 1861-1875.

El corte revela la complejidad estructural y espacial del edificio, donde la monumentalidad del foyer y la sala principal conviven con la volumetría técnica que sostiene el escenario y la maquinaria teatral. La organización interna refuerza el carácter ceremonial del recorrido, pensado no solo para ver el espectáculo, sino para ser visto, en consonancia con la lógica del consumo ostensible señalada por Veblen.​

Charles Garnier. Gran Escalier, Ópera de París.

El vestíbulo y la escalera principal funcionan como escenario social: un espacio diseñado para el desfile y la representación de la élite

Charles Garnier. Maqueta original de la Ópera, Segundo Imperio.

La composición simétrica, la cúpula central y la profusión ornamental evidencian la reinterpretación del lenguaje clásico como signo de prestigio. Su emplazamiento en el eje de la Avenue de l’Opéra la convierte en un punto focal urbano, consolidando el edificio como símbolo visual del poder imperial y del ascenso de la burguesía.

¿QUIENES SOMOS?

Somos el grupo 8 de HISTORIA 2, cátedra ABOY, integrado por Felipe Borda, Martina De Lorenzo, Martina Gonzalez Verdi, Maximo Maristany, Teo Lombardo.

En este sitio web desarrollaremos y compartiremos nuestros aprendizajes incorporados en la cátedra y serán reflejados en nuestros análisis.

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