CONCLUSIÓN
El París haussmanniano constituye una de las expresiones entre arquitectura, poder y visibilidad. Desde los palacios del Estado hasta las instituciones del saber y la cultura, la ciudad del Segundo Imperio se concibió como una escenografía donde el orden social se inscribe en la piedra. Las tres variables analizadas: el estilo clásico, la conexión con la ciudad y la monumentalidad, convergen en un mismo principio estructural: la necesidad de hacer visible el poder a través de la forma.
El clasicismo, en tanto lenguaje de legitimidad, permitió a la burguesía imperial apropiarse de los códigos simbólicos del Antiguo Régimen. Como señala Frampton, el neoclasicismo “fue el vehículo de una moral cívica que pretendía expresar el dominio de la razón” (1981, p.10). Pero en el contexto haussmanniano, esa razón se convierte en una estética de la autoridad en donde la simetría y la proporción ya no son solo valores constructivos, sino instrumentos de poder.
La conexión con la ciudad, por su parte, traduce la ideología del control en un orden espacial. Haussmann comprendió que el trazado urbano podía ser en sí mismo, una forma de gobierno, es decir, una red de perspectivas donde cada eje remata en un edificio emblemático. Benevolo, interpreta este modelo como un “urbanismo de representación”, en el que los bulevares y monumentos establecen un sistema coherente de signos del poder central. Los palacios institucionales, la Ópera y la Biblioteca no solo ocupan el espacio, sino que lo estructuran visual y simbólicamente. En ellos, el ciudadano no solo transita, sino que contempla y reconoce la jerarquía que lo ordena.
La monumentalidad, finalmente, nos expresa la dimensión más explícita de esta visibilidad. En las instituciones políticas se traduce en permanencia y gravedad; en la Ópera, en exuberancia y espectáculo y en la Biblioteca, en racionalidad y luz. En todos los casos, la escala y la composición exceden la función utilitaria para la manifestación pública de valor y prestigio. Tal como sugiere Veblen, “la riqueza o el poder tienen que ser puestos de manifiesto” (1899, p. 27), y el París del Segundo Imperio materializa esa afirmación en la piedra de sus fachadas.
Entonces, desde esta perspectiva, la renovación de Haussmann no solo modernizó la infraestructura urbana: construyó una ideología visual del progreso, donde la ciudad se convirtió en el espejo monumental de la clase dominante. El trazado axial, los bulevares y los edificios institucionales tradujeron el poder económico en un orden estético. Frampton señalaba que la modernidad arquitectónica surge cuando “la forma deviene instrumento de comunicación social” (1981, p. 12). En París, esta comunicación adopta la forma del espectáculo urbano.
En los términos de Veblen, el consumo ostensible no se limita al gasto material, sino que se amplía al dominio simbólico: la ciudad entera se convierte en el medio a través del cual una clase hace visible su hegemonía cultural. La monumentalidad arquitectónica, el orden clásico y la organización visual del espacio funcionan como signos de una racionalidad que naturaliza la desigualdad bajo la forma del progreso. En esta red de significados, los palacios, la Ópera y la Biblioteca no son solo expresiones de riqueza o prestigio, sino instrumentos de pedagogía social, destinados a enseñar (a través de la forma) qué es el poder, quién lo ejerce y desde dónde se lo contempla.
En última instancia, el proyecto haussmanniano encarna una paradoja que aún define la modernidad urbana: la ciudad como instrumento de emancipación y de control. El París del siglo XIX no solo organiza el tránsito y la higiene, sino también la mirada. A través de la monumentalidad clásica, el Estado y la burguesía convirtieron la ciudad en su propio retrato: una obra total donde la estética del poder se confunde con la imagen del progreso.
Desde este trabajo, la lectura comparada de Veblen, Benevolo y Frampton permitió articular la arquitectura con su contexto económico, social y cultural, revelando la ciudad como texto y como discurso. Analizar las instituciones, la Ópera y la Biblioteca bajo las variables del clasicismo, la monumentalidad y la conexión urbana nos permitió comprender cómo el proyecto haussmanniano no solo transformó el espacio físico, sino también la manera en que el poder se representa, se contempla y se habita. En ese sentido, este recorrido no se limitó a describir edificios, sino a leer la ciudad como una construcción cultural de legitimidad, donde la forma y la mirada se entrelazan para narrar la historia visible del poder moderno.