Centro de poder y representación
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La Plaza Mayor de Lima aparece como un caso paradigmático. Desde su fundación, esta plaza no solo organizó el trazado de la ciudad bajo el modelo de damero hispano, sino que además concentró desde el inicio los principales poderes virreinales: el político (con el Cabildo), el religioso (con la Catedral) y el militar (con el Palacio del Virrey, hoy Palacio de Gobierno). Esta organización no fue casual, sino una estrategia de dominación y representación, muy alineada con las ideas del urbanismo renacentista europeo trasladadas a América.
Su carácter simbólico funcionaba como una especie de “escenografía del poder”. Nicolini lo plantea al decir: “Mayor que, como en Lima, con los conventos cercanos, concentra un eje de los poderes convirtiendo en anexo al resto de la ciudad” (Nicolini, La ciudad hispanoamericana). En otras palabras, todo giraba en torno a esa plaza, tanto espacial como jerárquicamente.
Además, Lima, como capital del virreinato más importante de Sudamérica, aspiraba a ser una “ciudad cortesana”. Esto se nota no solo en su estructura urbana, sino también en la vida social y política que se daba en torno a la plaza. Como dice Nicolini: “Aquí aparecen nítidas las dos variables: la de la ciudad, Lima, que aspiraba a remedar las formas de vida de la corte, con sus títulos de nobleza, heráldicas, obediencias y normas de representación”.