La Lima que no aparece en los planos
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Mientras la Plaza Mayor de Lima concentraba todo el aparato simbólico y material del poder virreinal, del otro lado del río Rímac se empezaba a formar otra ciudad, completamente distinta. Es la Lima que no salía en los planos oficiales ni en las crónicas pomposas del virreinato. Ahí vivía la mayoría, la gente común: indígenas, esclavos, mestizos, artesanos, trabajadores. No había grandes edificios ni trazados ideales; lo que había era una urbanización más espontánea, con tramas irregulares y viviendas mucho más precarias. El contraste es brutal. Mientras en el centro se imponían las fachadas de piedra, los balcones ornamentales y las cúpulas de las iglesias, del otro lado del río se vivía con lo justo, en casas de adobe, sin servicios ni representación. Esa diferencia material también era una diferencia simbólica.
El río Rímac, más que un accidente geográfico, funcionaba como una frontera social, casi infranqueable, entre el orden y el desborde, entre el poder y la marginación.Como plantea Gutiérrez, “los sectores populares, sin acceso a los instrumentos formales de construcción de la ciudad, ocuparon lo residual, lo marginal, lo no planificado”. Y eso es justamente lo que pasó del otro lado del río: una ciudad no pensada para ellos, pero vivida por ellos. Gutiérrez también habla de una “ciudad dual”, donde lo oficial y lo cotidiano conviven, pero sin integrarse. Esa dualidad está clarísima en Lima. Nicolini, por su parte, remarca cómo “la ciudad virreinal no era solo una estructura física, sino un sistema jerárquico de relaciones sociales y de representación”. En ese esquema, el otro lado del río ni siquiera formaba parte del imaginario del poder: era lo otro, lo que quedaba fuera del orden ideal. Incluso podríamos pensar, siguiendo a Gorelik, que el discurso urbano colonial “inventaba una ciudad que no existía” en su totalidad, mientras invisibilizaba las formas reales de habitar.